Pequeñas historias barriales. El anciano matrimonio francés

MV p/LR.-Sabe usted qué pacto suscripto entre ambos llevó a la muerte a «los  franceses», como se le conocía al  matrimonio que vivía en la casa próxima a la  del célebre camarográfo e lluminador cinematogrático Gumer Barreirus? Ambos eran ya mayores  cuando en 1956 pusieron fín a sus días. Los  eternos discurrires vecinales, entretanto, comenzaron a urdir sus telarañasy recuerdo que  achacaban ambas muertes a un sinfín de causas, pero  ninguna comprobada. Si alguien pudo develar el secreto -si  es que había algún secreto-el tiempo retrato hacia el olvido  lo que fue noticia conmovedora.  Con igual rapidez, como el agua que se escapa entre las manos,  los sucesos más horribles, los comentarios más abyectos o las  críticas más corrosivas, que alguna vez pudieron cambiar el  curso de la vida, terminaron por diluirse ,y , solo de tanto en tanto,  los memoriosos a la manera del Funes borgiano traían a la  realidad del presente pequeños hilos conductores que resucitaban, de inmediato, hechos al fín olvidados.  Resalto lo que para mí tenía importancia y que posiblemente  para el resto fuera cosa de poca monta, pero en el villorrio,   por causa de la inacción y del «nunca pasa  nada», el zumbido de un tábano trepanando la  caña era motivo ya de vigilia y hasta de comentario colectivo.  Ni hablar de cierta familia que poseía una  calesita-veleta para secar la ropa al soplo del  viento. La ropa interior quedaba continada a un  patiecito interior, de dificil vista desde la calle,  por cuanto los vecinos podían averiguar con certeza si la dueña de casa había inaugurado nuevas  bragas o seguía sosteniéndose en aquella mezcla de fajas y  pantalones abombachados que pretendían disimular  redondeces variadas. ¡Y que nadie reparara, por favor, en el  color, el nuevo color, porque sería materia de tratamiento en  la mesa familiar!  De estos episodios aparentemente inconexos se nutre la gran  historia que partió desde la historieta. Peor, ni siquiera llegó  a esa entidad. Se quedó en pastilla íntima de la realidad. Pero  con esa pequeña porción de verdades a medias y de enigmas  sin develación se nutrieron los grandes cronistas para hacer  la Historia grande, la que no se escribe en peregrinos cuadernos sin tapas que suelen borronearse con suma facilidad.

 


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